Dicen que su mente era enredada como pocas, ¡bendito el que entendiera su loca forma de amar! Curioso cómo el amor que no recibió fue el que a los demás ofreció. Estaba loca como la peor; pintaba con colores fuertes porque los demás eran muy fríos para su propia frialdad. Dibujaba con trazos varios pero seguros, ¿alguna vez estuvo segura de lo que quería trazar? Leía como si de ello viviera, escuchaba como si por eso muriera. Y cuando escribía, se creaba a sí misma.
Caminaba debajo de la luna pidiéndole un corto amor, iba detrás de una canción. Sus pasos terminaban en algún lado, pero jamás había querido terminar ahí. La escuchábamos cuando contaba las estrellas y saludaba a los que amaba, ¿por qué los únicos correctos eran los que no estaban? La vimos cuando pedía perdón a su pasado, ¡quién la hubiera visto, arrodillada y rezando! ¿A quién le oraba, por qué a alguien que ya no escuchaba? Y sus lamentos no faltaban, pues por todo se culpaba. Tenía aspiraciones y sueños, pero se fueron con sus suspiros de noches largas. No sabía qué quería en la vida, si no sabía nada. Dios, que alguien le enseñe a amar, decían, si sigue así va a matar. Y sí, capaz era un arma mortal pero nadie nunca entendió sus raros versos o su forma de relatar. ¿Qué quería decir con lo que decía? ¿Por qué era como era? ¿Por qué hacía lo que hacía? ¿Tenía algo sentido en su vana y estúpida vida? Todos la releen una y otra vez, a ver si captan una forma de ser... Pero es demasiado extraña, demasiado sola, y ya se cansaron de leer al alma que siempre pide, pero nunca llora.